Reconocer la belleza es un mecanismo innato en todos. Desde niños ya tenemos la capacidad de diferenciar entre lo bello y lo feo, lo atractivo y lo repelente; casi que no se necesita un desarrollo cultural para reconocerle, ya es algo que viene de la mano de nuestra percepción biológica y espiritual del mundo que nos rodea. Sin embargo, a medida que vamos creciendo, vamos desarrollando nuestra capacidad para percibir belleza. Ya no solo se trata de algo que apreciamos con la vista, si no que podemos oír, oler, que podemos experimentar en nuestro trato con los que nos rodean a través de sus gestos y estilos de vida.
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